El nuevo "Holandés" con Christian Thielemann y Jan Philipp Gloger
resulta convencional, pero "Los Maestros cantores" para niños son
una pasada!
Hay que criticar lo que queremos. Christian Thielemann lo escribió en el
programa del nuevo "Holandés" de Bayreuth. Es de esperar que esa
disposición a correr el riesgo de un amor verdadero sirva de ejemplo en la
colina verde. Hasta ahora, las directoras de los festivales siguen manejando la
crítica al estilo barrocco temprano: Les gusta confundir las palabras
"prensa" y "protocolo" ( reverencia incluida) y durante la
rueda de prensa del día de la apertura de los festivales rechazan preguntas más o menos mosqueadas. Una ladra, la otra está callada.
La versión infantil del año, los "Maestros cantores" ( escenografía
Eva-Maria Weiss ), es una pasada. La historia complicada no sufre daños a
pesar de los cortes necesarios para una presentación en 90 minutos. Puede que haya algún que otro niño que no se entere por completo, pero no hay duda que todos
se enamoran de la música de Richard Wagner. Y es de suponer que también
muchos de los mayores más tarde y dentro del Festspielhaus tampoco entendieron
que el director de escena, Philipp Gloger, estaba afligido al hablarnos sobre su "Holandés". De la escenografia poco hay que decir ya que bastan pocas palabras, en realidad sólo cuatro frases para
describirlo. La parte musical es divina, la escena pobre y torpe. El coro
(Eberhard Friedrich) es fenomenal. Saltan a la vista dos cantantes: Benjamin
Bruns / timonel y Samuel Youn, que canta un Holandés sin fondo y profundidad,
pero con el valor de sustituir a última hora.
Para Gloger, el Holandés moderno es un hombre de negocios, distanciado de si
mismo. Según Shakespeare: Si le pinchas, no sangra!. El vive ahogado en los
datos de comunicación moderna. Al principio una interesante filmación copiada
de los Matrix-películas, muy decorativa, pero desgraciadamente desaparece pronto
al empezar la historia y deja un vacío hasta la salvación del Holandés por
medio del verdadero amor y litros de sangre teatral. Las figuras en el
escenario se mueven lo menos arriesgado y convencional posible como si fuesen
del papel cortado que usa Senta al crear su ídolo que luego pinta de rojo.
Thielemann, sin embargo, se arriesga bastante. Parece que no le cuesta la
interpretación musical de la obertura del Holandés basado en timbales, como si
fuese así de fácil, y el motivo de salvación y la fuerza tormencial se enlazan
de lo más genial y maravilloso. Thielemann bate los tempi con muchos
contrastes: lo rápido cambia enseguida por lo tranquilo, pasa por cambios
bruscos o por medio de ritardandi muy meditados y graves. A veces todo
parece tán peligroso que corre el riesgo que se le desplome la partitura, por
ejemplo con el primer coro del tercer acto. De repente, a la hora del duetto de
amor, el pulso casi se para. Al mismo tiempo y a la escenografía se le ocurre
mandar al Holandés y Senta a montar unas cajas de cartón. Como los muñequitos
de un reloj de música empiezan ahora a bailar alrededor del otro. Sus sombras
aumentan y disminuyen en la pared mientras cantan, a veces más de prisa, a
veces menos. Fue una segunda decoración interesante.
Metina Radach